“Todo lo que me queda eres tú”

Una cosa ten por seguro: no va a ser una rotación más. Se entra a las 8:00h y se sale a las 15:00h sí, pero en esas 7 horas pueden pasar muchas cosas que no te esperas. Olvídate de la rutina. Vas a aprender medicina, claro, pero no la medicina de los libros. Vas a aprender la medicina que nadie te ha enseñado, esa que tanto anhelabas saber.

Aprenderás que el dolor de un paciente se puede aliviar con la presión de tu mano sobre su piel, y que se pueden dar rescates con sonrisas y sentido del humor. Sabrás que tu presencia es importante y que en una angosta habitación de escasa luz caben muchas miradas de confort y palabras de complicidad. Serás testigo de enfrentamientos, en tantas veces que las extremidades inferiores y el cerebro prefrontal piden cosas diferentes y la lucha es irremediable y arrolladora. Pero, tranquilo que también vas a aprender a negociar con la anatomía del cuerpo y del ser para encontrar el punto medio.

Vas a aprender a reinventar el día sobre la marcha porque, como descubrirás, el tiempo es elástico y moldeable y siempre hay un ratito cada día para pasarlo bien. Te demostrarán que la música puede hacer bailar el corazón de una persona que ya hacía tiempo que no sentía nada.

Para mí, la rotación por Cuidados Paliativos ha sido muchas cosas, pero si me pides definirlo en una frase, Paliativos es la voz ahogada que plasma en una pizarra: “todo lo que me queda eres tú”.

Si tu próxima rotación es Cuidados Paliativos, vete preparado. No porque te vayan a preguntar la última actualización de la guía terapéutica, sino porque puede ser que te reencuentres a ti mismo en el reflejo ocular de tu paciente, puede ser que quieras compartir sus lágrimas y daros un abrazo. Pero no te preocupes, porque también aprenderás que no pasa nada por llorar y que, a veces, lo único que necesitan todas las personas es simplemente un abrazo cada 24 o 48 horas.

Laura Pérez Rubio. Residente de Medicina Familiar y Comunitaria. Gerencia de Salud. Valladolid Oeste

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¡Y empiezas la rotación de Cuidados Paliativos a domicilio¡

Y empiezas la rotación de Cuidados Paliativos a domicilio. Fuera batas. Me gusta ese inicio. Me presentan al equipo. Intuyo que no va a ser una rotación más. Cogemos un coche blanco, con el maletero lleno de cosas (¡lo que me costó aprender el orden en el qué iban colocadas las bolsas!).
No olvidaré nunca la primera vez que atravesé la puerta de entrada del primer domicilio al que fuimos esa mañana. No voy a hablar de pacientes, sino de personas. No voy a hablar de sus vidas. Aunque quizá lo más apropiado sería decir del final de ellas. No diré que entrábamos en sus casas. Porque, en realidad, aunque sólo fuese por media hora, formábamos parte de su hogar. Esa sensación de quitarse el abrigo, de no tener prisa, de no mirar el reloj, de que no haya ordenadores de por medio. De poder sentarme a su lado en el sofá, en la cama. De estar en su ambiente, entre sus cosas, en su zona de confort. Y acariciar, abrazar, escuchar… En definitiva, aliviar y acompañar. ALIVIAR Y ACOMPAÑAR. No todo va a ser curar.
Y así pasaron los días. Aprendiendo más de sentimientos que de la propia medicina. Ayudándome a crecer no sólo a nivel formativo y profesional sino, más aún a nivel personal. Enfrentarme a la idea de la muerte, del dolor, a la idea de irreversibilidad, de fin. Aprender a no sentir la etapa final de la vida como una derrota, a no sentir culpa. Controlar mis expresiones, emociones y saber manejarlas. Sin ocultar o tragar el llanto. No hay nada de malo por llorar.
No lo voy a negar. Ha sido una experiencia extremadamente gratificante a todos los niveles, pero a la vez dura. A veces es tan difícil separar trabajo de vida personal. Este tipo de medicina es de piel, implica poner el corazón.
Descubrí que no todo es cáncer. Que no sólo se muere de procesos oncológicos. Que existen enfermedades crónicas y pluripatologías que también requieren de este tipo de cuidados.
Ahora que ya han pasado dos meses del final de esta rotación, ahora que me voy recuperando de sus secuelas y voy colocando todo lo aprendido, todo lo vivido, todo lo sentido, en sus respectivos cajones… no puedo estar más agradecida. ¿Quién me iba a decir a mí que en apenas dos meses, a nivel familiar, iba a ser yo la que necesitase de esa nave blanca de cinco puertas? Si aceptas la vida, aceptas la muerte. Si estudias y te formas para curar, ¿por qué no para aliviar y acompañar?.
Sólo quiero terminar diciendo tres cosas. La primera, pedir más tiempo en esa nave blanca. La segunda, expresar la necesidad de acercar a todos los profesionales sanitarios este tipo de trabajo, esta forma de trabajar. Y por último, dar infinitas gracias.
Cristina Rodríguez de la Pinta – R2 MFYC Zamora

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Del Caos Nacen las Estrellas

DEL CAOS NACEN LAS ESTRELLAS
El despertador marca las 06:55. Tan solo cinco minutos más para que el día
comience. Riiiiiing. Buenos días (aunque mejor espera a la taza de café para que
sean buenos realmente). Bicicleta en mano pongo rumbo al hospital. ¿Qué nos
deparará el día? ¿Parquesol? ¿Covaresa? Quizá hoy toque salir al rural. ¿Mayorga?
¿Villalón?
Toca atravesar el abarrotado pasillo de los uniformes. En él se intercambian
animados saludos con caras cansadas de los que todavía arrastran las sábanas tras
de sí. Pasillo recto. Escaleras arriba. Giro inesperado a la derecha. Puerta de cristal
(¡cuidado! el picaporte a veces da calambre). Nuevo giro a la derecha y… ¡buenos
días!.
Todo el equipo saluda con sonrisa en la cara. Mayorga. Hoy salimos temprano, nos
queda un largo camino en coche. Dani, ¿has visto este paciente nuevo? – pregunta
Mª José. Yo voy a ver a un paciente hospitalizado antes de salir – comenta Cristina.
Espera Cris, que voy a verle contigo – le digo. Voy llamando a los pacientes mientras
tanto – comenta Dani.
Giro a la izquierda. Puerta de cristal. ¡Ay! ¡me ha dado calambre! (ya te lo advertí).
Giro a la izquierda de nuevo. ¿Dónde dejamos el coche ayer? – pregunta Dani. Atrás
– respondemos Mª José y yo a coro. Ascensor. Pasillo oscuro (sí, esto es un atajo).
Rumbo a la ruralidad vallisoletana.
Toc toc. Pasad, todavía está en la cama, ayer tuvo un día malo y aun no se ha
levantado. Esta muy pachucho – nos anuncia una mujer de mediana edad. Es
momento de dividir equipos. Cristina se queda con ella. El resto nos inmiscuimos en
la intimidad de la casa de Manuel.
La persiana entreabierta permite el paso de unos rayos de luz que nos dejan ver
dentro del dormitorio. Manuel, destapado (es verano y… ya sabéis el calor que hace
en Castilla), nos sonríe al entrar. Parece que incluso esa sonrisa le supone un gran
esfuerzo. Pero aun así no deja de sonreír. Nos sentamos con él en la cama y le
devolvemos la sonrisa. Manuel nos cuenta que tiene todos los síntomas controlados.
Sin embargo, hay algo que le preocupa más allá de lo puramente orgánico. Pilar y
María. Mujer e hija. Sus pilares vitales. No quiero ser una carga para ellas, tampoco
quiero verlas sufrir – nos comenta Manuel. Manuel conoce perfectamente su
enfermedad y sabe que el pronóstico no es bueno. Medio año. Dos meses. Quizá un
par de semanas. Incertidumbre aterradora.
Acompañar. ¡Qué bonita palabra! Eso es lo que se nos da bien. ¿Parece fácil verdad?
Pues no… nada más lejos. Tomamos la mano de Manuel y charlamos con él. Se queda
más tranquilo. No hemos cambiado tratamientos ni practicado ninguna técnica
médica. No hemos hecho nada. ¿O sí? Tan solo con estar ahí, tan solo con hablar con
él todo ha cambiado en su cara. Nos despedimos de Manuel. Se queda en la cama.
Dice que hoy va a salir a pasear.

Atravesamos de nuevo la casa y nos encontraos con Pilar. Ha estado charlando con
Cristina y su cara está más relajada que tras el: toc toc. Nos despedimos. Sólo una
cosa más – nos llama mientras estamos cogiendo el ascensor – cuando llegue el
momento, por favor no queremos que sea en casa- nos comenta Pilar.
Vuelta a casa. Queda todavía camino hasta el hospital. Momento de reflexión, de
sacar conclusiones y… lo más importante, de compartirlas con el resto del coche. Las
duras palabras de Manuel todavía resuenan en mi cabeza. Sin embargo hay que
cambiar el chip y seguir adelante. Aún quedan pacientes por ver. Los más veteranos
del coche incluso gastan alguna broma para distender el ambiente.
Todavía recuerdo la cara de Pilar ante el caos que supone que, de repente, todo
vaya tan rápido. Pero, a pesar de todo, del caos nacen las estrellas.
Nacho

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Paliativos… ¡otro rollo!

¿Paliativos? ¿y te gusta? Uy, eso tiene que ser muy duro…Estaba segura de que diría que sí, pero nada más lejos de la realidad. Una grata experiencia, ya no tanto a nivel de conocimientos médicos, como a nivel personal.
Desde el primer día, lo que me quedo claro, es que el trabajo en equipo es imprescindible para satisfacer de forma adecuada las necesidades que les van surgiendo a nuestros pacientes en esta última etapa de sus vidas. Ha sido una gran oportunidad poder de trabajar codo con codo con las enfermeras y con la psicóloga de la unidad.
Como digo cuando me preguntan, ¡es otro rollo! Adentrarse hasta el fondo en la vida de los pacientes, conocer a sus familiares y su entorno, poder atenderles sin batas blancas de por medio y fuera del ambiente hospitalario, muchas veces impersonal,“hostil”… Sobre todo, y muy importante…EL TIEMPO! Eso que muchas veces falta en la consulta y en nuestra vida diaria. Tiempo para poder escuchar, que los pacientes puedan expresarnos sus sentimientos, incertidumbres y dudas sin que nos vean mirando las agujas del reloj.
La importancia del lenguaje no verbal, la de puertas que se abren con sólo sentarte a la cabecera de la cama del paciente y cogerle la mano. Esas miradas que te lo dicen todo.
En definitiva, me ha ayudado a perder el miedo al paciente terminal, a afrontar de otra forma el tema de la muerte (que muchas veces no sabemos manejar siendo una fase tan natural dentro de la experiencia vital del ser humano).Y también a valorar la suerte que tengo como médico de atención primaria de poder acompañar a mis pacientes hasta el fin de sus días.

María Jaime Azuara. Residente de Residentes en Medicina Familiar y Comunitaria. ÁREA DE SALUD VALLADOLID OESTE.

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Cuidados paliativos? Eso tiene que ser muy duro, ¿no?

¿Cuidados paliativos? Eso tiene que ser muy duro, ¿no? Posiblemente la frase que más he escuchado desde que decidí realizar las prácticas del máster de Psicología General Sanitaria en la unidad de Cuidados Paliativos del Hospital Río Hortega de Valladolid.

Mi primera experiencia con el equipo fue acudir a un domicilio para sedar a la paciente. Ni que decir tiene que fue un estreno intenso. Y sin embargo, a pesar de la dureza de la situación, vi muchas cosas que me gustaron y me impactaron de manera positiva. Vi a un equipo de profesionales que trató con todo el cariño y todo el respeto del mundo a la enferma y a su familia. Vi a una familia serena, a pesar de todo, conscientes de que lo que se iba a hacer era lo mejor para la paciente. Vi a una persona en paz, preparada para despedirse de su familia. Y recuerdo como justo después de bajar del domicilio, lo primero que pregunto el médico fue que como estábamos emocionalmente en ese momento.

A lo largo de este mes he visto enfermos que se encuentran solos, familias sobrecargadas que no saben cómo continuar con los cuidados, enfrentamientos entre familiares… pero también he visto un equipo totalmente comprometido, he visto el poder que tiene el cuidado y el cariño, he visto a personas llorar de agradecimiento al sentirse acompañados por su familia y por el equipo médico, he visto la evolución de casos muy complejos gracias a una intervención cercana y sincera, he visto todo lo que se puede ayudar a estas personas en estos momentos tan complicados de su vida.
Y después de ver todo eso, pienso que sí, que ha sido una experiencia dura en algunos momentos, pero si pongo en una balanza todo lo que he visto, tanto positivo (el apoyo, el cuidado, el cariño, los efectos visibles de nuestras intervenciones, el agradecimiento…) como negativo (tristeza, rabia, impotencia, negación…), para mí personalmente, gana lo positivo. Sin duda.

Pienso además, que he sido afortunado por poder vivir esta experiencia. Siento como un privilegio que todas las personas a las que he visitado con el equipo me hayan permitido estar presente en estos momentos tan difíciles para ellos y que a la vez pueden ser momentos muy bonitos en los que acompañarles y aprender de ellos.

He aprendido muchas cosas a nivel profesional: como presentarte ante una familia, como transmitir la información de la mejor manera, como preguntar, como evaluar situaciones de sobrecarga, como evaluar el contexto del enfermo, la importancia del trabajo en equipo para no sobrecargarte, que no cuesta ningún trabajo sonreír al enfermo, llamarle por su nombre, ser atentos y respetuosos, y que esto tiene un efecto increíblemente positivo y pienso que todos deberíamos ser conscientes de estos pequeños detalles que pueden marcar la diferencia.

Pero es a nivel personal donde he hecho más avances. Al tratar con la muerte día a día he aprendido a normalizarla dentro de mi día a día, y sobre todo he aprendido, algo que siempre se sabe, pero que es muy difícil llevar a la práctica, y es aprender a disfrutar de las pequeñas cosas y de los pequeños momentos del día a día. Tal y como he escuchado mil veces a mis compañeros, y tal y como se lo he transmitido a algunos de los pacientes: lo importante es estar lo mejor posible cada día. Me siento en definitiva, un profesional diferente, pero más importante aún, una persona diferente al que era hace apenas un mes.

Juan del Campo Contreras

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